Había una vez un retoño
apenas una ramita,
que fue creciendo despacio
y con paciencia infinita.
El tronco se hizo muy grueso,
fueron subiendo las ramas,
las nubes se convirtieron
en vecinitas cercanas.
Un día brotaron flores
amarillas, perfumadas
que endulzaron todo el barrio
con su fragancia dorada.
Y empezó a haber visitantes:
un colibrí, un cardenal,
abejas que se llevaban
el néctar a su panal.
Los niños se entretenían
intentándolo escalar:
subían y se caían
y volvían a empezar.
Bajo su sombra hubo tanto,
que no se puede contar:
besos secretos, promesas,
recuerdos que quedarán.
Un día así, de improviso,
alguna flor se soltó
las semillitas volaron
donde el viento las llevó.
Y colorín colorado,
el cuento vuelve a empezar:
Ya se adivina un retoño
que pronto va a germinar.